En el marco conmemorativo del 9 de abril -repetido inquebrantablemente todos los años- dejo con ustedes dos textos bien añejines y que alguna vez publiqué en unas revistas. El primero es de hace al menos 2 años y el segundo es de por lo menos 3 o 4 años. Pero bueno, rock on!
Anathema
El médico renacentista Marcilio Ficino recomendaba a sus amigos melancólicos, junto con el seguimiento de estrictas dietas, anteponer al pensamiento los compases del laúd. La música como medio de sanación de tristezas y del decaimiento producido por el estudio de las altas materias, siempre pareció razonable por la alegría y el goce que propinaban al espíritu. Pero cómo podía imaginar nuestro amigo Ficino que algún día la música abandonaría el concepto clásico de armonía, que se elaboraría a partir de máquinas y medios de amplificación, que se podría grabar y conservar en aparatos tan delgados como un cd o tan abstractos como el formato mp3, venciendo de esa manera al tiempo…y más aún qué pensaría de aquella gente que gozaría en reconocer sus tristezas en la música, y gastara su dinero en revivir los estados de animo que llevan a la tan dulce y cruel melancolía.
Es extraño pensar en la evolución del rock. Desde las primeras bandas de blues hasta el último idiota que grito al levantarse por la mañana “¡Viva el rock & roll!”, queda un vacío inmenso y más aún una evolución aceleradísima de un género musical netamente popular. Y no sería nada sin Bach, ni Beethoven, ni Wagner, ni Stravinsky, como al mismo tiempo luego de los Beatles ni el jazz ni lo que hoy llamamos “música docta” volverían a ser lo mismo. Desde que el rock se dio cuenta de que era rock, la historia de la música dio un paso adelante en cuanto a la experimentación más estridente que haya presenciado el ser humano fuera de los laboratorios científicos. Y de ahí hasta hoy tenemos a nuestros nuevos clásicos The Who, Led Zeppelín, Pink Floyd, Jimmi Hendrix, Deep Purple, Queen, hasta nuestra creación más morbosa llamada Radiohead.
Derive a lo que derive el rock jamás se negó a relacionarse con otras artes. Se podría decir que es nuestro paradigma de la promiscuidad. Dio para la ciencia ficción hasta para maldecir los collares de la Reina de Inglaterra, desde el fútbol hasta “Nena yo te amo”, a la poesía más alta gracias a un Bob Dylan, un Leonard Cohen, un Tom Waits o un Spinetta y quién madre se nos haya cruzado para decirnos que finalmente la vida no era sólo rock & roll, que la única verdad que poseemos es la muerte y que hay otros fuera de nosotros que también desean amor y sienten tan carnalmente el dolor.
Sin el rock jamás hubiéramos tenido el privilegio de ver a un John Lennon cubierto por sábanas blancas, acompañado de un extraño humanoide de caracteres orientales, diciéndole al mundo “Haz el amor y no la guerra” o “La guerra terminó si tú lo deseas”; ni hubiéramos visto al extrovertido maniquí de Andy Warhol pintando a Jagger, o a un Jim Morrison en pleno show de Ed Sullivan arremetiendo contra toda la moral puritana norteamericana; ni a los Sex Pistols gritándole a la monarquía “¡Anarquía!”, ni a Ozzy arrancándole la cabeza a una paloma, ni menos a un frenético Allen Ginsberg recitando sus poemas con Sonic Youth de fondo. Finalmente sin rock no hubiéramos tenido un movimiento de contracultura tan popular (y ahí radica su contradicción) y esas ganas tan adolescentes de mostrar la piel y revelarse contra el crucifijo de los padres o al menos contra sus zapatos lustrados junto al velador.
Pero al mismo tiempo no hubiéramos podido experimentar la estridencia de las emociones de forma tan desaforada, rayando lo irracional, dando en la nota misma del alma con sólo cuatro adolescentes tardíos sobre un escenario. Que una guitarra, un bajo, una batería y una voz –y agreguémosle un teclado- nos vinieran a hablar sin grandilocuencia, sin mayor utopía de la realidad misma, de esa palabra tan incómoda para los suicidas: la vida. Y obviamente el rock maduró, al menos una parte de él; dejó por un momento de sacudir las melenas y ocupó la cabeza para pensar, se dejó de los alaridos para sentarse frente al escritorio, y dejó el mercadeo para hacer arte. Si buscamos una banda que cumpla estos requisitos de madurez, aunque no totalmente conquistados, podríamos señalar sin mayores problemas a una pequeña agrupación de treintañeros de Liverpool llamada Anathema.
Anathema más allá de ser una palabra típica de los crucigramas dominicales, adquirió un nuevo sentido a partir de la evolución más que comentada que ha sufrido esta banda en su estilo musical. Son ingleses pero no son Radiohead –aunque a ratos quieran serlo-, ni Coldplay ni aún menos Oasis, ni tampoco tan lelos como Porcupine Tree ni una copia barata de los escoceses de Mogwai. Mucho menos son las sobras de Paradise Lost o My Dynig Bride ni siquiera un resquicio ilegal para imitar a Pink Floyd. Anathema es Anathema como los girasoles son girasoles, y es quizás ella un ejemplo tangible de lo que significa una maduración tanto musical como conceptual, como también de una cierta consecuencia y abolición de los prejuicios que tanto abundan hoy en las sociedades especializadas. Cometemos el error de catalogar cada hecho en carpetas, de identificarlo, de comprobar su rentabilidad y rankearlo y sacarlo al mundo desde esa chapita en la camisa.
Variando desde el death metal a un sonido que roza el post-rock y la música acústica, estos ingleses se han forjado disco a disco, con un pequeño grupo de seguidores de todas las especies, y logrado conmover con su sonido y sus letras en ambos lados del Atlántico. Estar en uno de sus conciertos –como muchos tuvimos recientemente la posibilidad- es casi no oírlos ante esa fascinación que produce su arte en oídos que no pueden ceder sino a la naturalidad y transparencia de su música. En literatura se dice que un poeta es tal cuando al menos tiene unos quince grandes poemas; aunque Anathema no haya superado ampliamente la barrera, nadie puede quedar indemne ante una canción como “A Natural Disaster” o “One last goodbye”.
Personalmente como adepto a su obra, creo que lo más intenso de Anathema es respirar esa tristeza en la que se despliegan muchas de sus canciones y sentir inmediatamente el deleite ante el reconocimiento en notas y palabras, y más aún, el goce mismo de saberse en la existencia, de mantenerse pese a todo y de saber que todavía no hemos sido vencidos, que no todo termina en el dolor. Que a pesar de que muchos se han despedido de nosotros seguimos en pie, y que tenemos alguien que nos muestre la belleza de esas pérdidas en fragmentos delicados de música. Como decía el nobel francés Albert Camus –sin dejar de tropezarse en un lugar común- la misión principal del arte es unir a los hombres.
Pocas bandas han indagado tan profundamente en los matices de la ausencia, la pérdida, el tiempo, los recuerdos, la ira, el infinito y la nada que somos. Un disco como Judgement es el abismo de una despedida, desde el ahondamiento en “Deep” hasta ese cuasi-terror instrumental ante el futuro tan bien titulado como “2000 & Gone”. Como decía el escritor italiano Claudio Magris, nada grafica tan bien el dolor por la pérdida de alguien como la evidencia de que el mundo continua su ritmo, sin nosotros; y eso es perfectamente a lo que atañe su sonido acústico, como compuesto en el borde de una cama o luego de una dosis exagerada de whisky arrojado horizontalmente sobre una alfombra. Así como Eternity comienza con la pregunta por ese otro, un ser angelical, que ha desaparecido en la profundidad de la noche, hasta concluir que ante el manto de estrellas el hombre es simplemente un momento en la eternidad, un estornudo de Dios. Y no es que Anathema nos aterrice directamente en esos problemas, no hacen ni filosofía ni literatura ni música para la academia, es sólo un grupo seres humanos que humildemente, como debiera ser todo artista, comparece ante la realidad, ante la mirada deshabitada de los días, y nos desnuda las palabras en la soledad de las horas.
Jamás lamentaremos haber escuchado “Release”, “Fragile Dreams”, “Eternity part. III”, “Forgotten Hopes” o “Flying”, ni mucho menos observar un atardecer con “Temporary Peace” en los oídos y en las pupilas. Finalmente el soundtrack que nos ofrece Anathema para nuestros días es tan variado, tan profundo y modesto que transfigura o sentencia esos momentos en que nos abismamos al silencioso enigma de la vida o cuando simplemente deseamos botar de una vez por todas el pasado que nos acongoja y angustia, marcar en el calendario aquel buen día para salir. Ya sea que los escuchemos en su faceta más rockera o en un pequeño bar europeo en una sesión acústica, sus canciones mantienen su intensidad primera, su potencial emocional y un vigor único que hace de esa experiencia algo familiar, cálida, donde las personas se miren y se sientan parte de una misma energía. Y es quizás por esto que han logrado superar a gran parte de sus influencias, y también es por esto que quizás siempre sean una banda para público reducido, una invitación, una reunión de dolientes agradecidos, de cómplices encubiertos de la vida.
A NATURAL DISASTER
Gracias a unos considerados fans franceses, me fue posible conseguir el promo de lo que será el nuevo trabajo de estos rockeros ingleses. Durante varios días comencé a recibir distintas opiniones del disco, de lugares tan lejanos como Polonia, Grecia, Francia y México. La expectación era demasiada, su álbum anterior "A fine day to exit" había dejado la vara muy alta, Anathema entonces se veía enfrentado a un destino que les es común: superarse y sorprender a su público.
Como fanático y más aún como Anathema-dependiente, sólo me quedaba tranquilizarme y dejar que progresaran las tasas de transferencia de los archivos. Sabía que me hallaría ante algo completamente diferente y así lo ha sido siempre, porque desde su debut en el círculo metalero inglés con su demo "An Iliad of Woes" (1990), que fijó junto con bandas como My Dying Bride y Paradise Lost la senda del Doom Metal (Metal melancólico y depresivo), hasta su evolución más roquera y acústica, Anathema siempre ha sido una constante evolución, pero que de todas formas mantiene su esencia. Ya con siete discos a cuestas y miles de fans, todo este periodo se ha convertido en una maduración, un contacto cada vez más fiel con los sentimientos y sin duda una experiencia única para el alma.
Hasta que llegó el momento de la verdad. Hice dos clicks y comenzó otro nuevo viaje interno. Harmonium fue el primer track, con un comienzo con teclados suaves, efectos de guitarra y posteriormente la suave voz de Vincent Cavanagh. Bases electrónicas de fondo presagiaban un comienzo espectacular, que fue seguido por la entrada de guitarras más pesadas y la batería con un ritmo lento. Un tema cargado de melancolía e insistentes gritos de libertad, eso si técnicamente algo apagado. Balance sin duda me hizo venir a la mente los últimos trabajos de Radiohead. Una canción llena de emotividad, de avance progresivo, que nos guía por la letra hacia un verdadero destape sónico. En gloria y majestad toda la esencia de Anathema se hacía presente con un John Douglas con un ritmo cada vez más cargado, la guitarra de Danny agudizándose como si fuera un choque inminente... y de la nada, todo termina.
El tema que viene a continuación en un principio no me dio mucha confianza, suena muy robótico y con teclados, me arriesgo a decirlo, muy a lo Enya. Había tenido un primer acercamiento con Closer cuando me enviaron un video grabado en la sala de ensayo, pero nada presagiaba lo que sería. De a poco, como la velocidad y forma del tema, me fui adueñando de cada sonido. Todo daba la idea de algo más tirado a trip-hop y la verdad no equivoqué tanto cuando hace aparición una guitarra bien a lo Pj-harvey. De improviso todo se torna en una verdadera tormenta, un desastre natural, gritos de desesperación, efectos de guitarra como vientos huracanados, la batería más rápida y... como en el inicio se mantiene un piano calmado, como si jamás hubiera ocurrido algo. Are you there? Ya era una vieja conocida para mí, puesto que en la página oficial de la banda la habían subido para que los fans se dieran cuenta de lo que venía (sin mentir el día en que apareció la escuche 32 veces). Una canción preciosa, cargada de sentimientos, que sin duda alguna se convertirá en uno de los tantos clásicos de la banda como "One last goodbye", "Temporary peace", "Angelica" o "Make it right". Es un constante cuestionamiento en la voz de Danny Cavanagh, el guitarrista, acompañado de una batería lenta, voces femeninas y sonidos de guitarra sonando como gaviotas. Proyecta sin defecto alguno la imagen de la portada del álbum: un bote con un pescador en su interior, en medio de un lago seco. Seguida a esta obra maestra se enciende como una antorcha el instrumental Chilhood Dream, con una hermosa guitarra que más bien parece un arpa dulce y delicada. Las voces de niños jugando y corriendo, traen en seguida visiones de nuestra propia niñez, y más aún, de un futuro feliz compartiendo con una familia propia.
Rompiendo la calma con un bajo salvaje por parte de Jamie, Pulled Under at 2000 meters a second se alza brutal, rápida y descontrolada. Más fuerte aún que "Panic" del A fine Day to Exit o que "Judgement" o "Lost Control". La banda de los hermanos Cavanagh a toda velocidad, como un tren bala sin destino, lanzando gritos insanos y susurros enclaustrados.
Creo, y no sólo yo, sino que también muchos fans apoyan esto, que de aquí en adelante el disco cambia radicalmente, no en el sentido musical, sino que en contenido de las canciones: las tres más hermosas obras del disco y un instrumental digno de Anathema. Todo comienza con una canción que me hizo brotar lágrimas, mi favorita hasta el momento, que de sólo nombrarla me emociona. A Natural Disaster, que lleva el nombre del disco, nos transporta a las experiencias más personales de la banda en la voz de Lee Douglas, la hermana del baterista, quien en cada palabra nos saca de lo cotidiano y nos hace olvidar cualquier premura que tengamos. Su voz siempre nos a llevado a experiencias inéditas, como en "Parissiene Moonlight" o en "Barriers", pero aquí nos entrega toda su virtuosidad para una melancólica canción invernal, en que nos imaginamos frente a una ventana un día lluvioso esperando a alguien que jamás volverá o lamentándonos por sucesos que no podemos revertir. "No importa lo que diga, no importa lo que haga, no puedo cambiar lo que pasó."
Flying comienza como una cascada de flash-backs, una guitarra acústica y la sentimental voz de Vincent. "Feels like I flying above you, dream that i'm dying to find the truth" es el verso que nos destroza de principio, que nos lleva a una de la canciones más deprimentes del disco, emotividad en cada nota, hasta encaminarse en un solo de guitarra feroz, como olas chocando en las rocas en plena tormenta, escondiéndose de a poco hasta apagarse.
"Seems like you never really knew me, seems like you never understood me, seems like you never really knew how to feel", son las palabras iniciales de este poema acompañado de un suave piano: Electricity. Lo primero que se me vino a la mente era a Danny sentado frente a un piano en un bar de mala muerte, iluminado por una suave luz que hacía brillar sus rojos cabellos y que su único espectador, sin contar a los borrachos que duermen frente a sus botellas, es una cantinera rubia, descuidada y que por primera vez se da cuenta de los errores cometidos en su vida. Impactante.
Para finalizar 55 minutos de intensidad, el instrumental Violence puede resumir completamente toda la historia musical de Anathema, su escencia y todo el candor y fidelidad que siente cualquier persona que los escucha, que aunque seamos pocos, todos sabemos lo que es esta banda significa para nosotros, la banda que para algunos superó todas los prejuicios de la escena metalera y con la cual hemos ido madurando de la mano, disco a disco. Violence pasa de un pacífico piano a un intenso caos rockero, con una bateria perfecta, para morir felíz, como todo album de la banda, entregándonos la paz para poder seguir viviendo luego de escucharlos.Y como dije anteriormente, Anathema es una experiencia para el alma, una banda que entrega demasiado, con la que podemos contar en los malos y buenos momentos, para escucharla con los amigos tomando unos tragos y viendo las estrellas o encerrados en nosotros mismos, una banda que se transforma en religión para cualquier seguidor: el grito desgarrador de la melancolía y la belleza.